El registro como desvío. Acerca de Vallejo en la cárcel y otros documentos personales

Luciana Irene Sastre

Una canción de Björk dice que los momentos de claridad son tan raros que mejor documentarlos. Ella inventa un sistema de notación musical para esa instancia única -algo más que un instante ya, menos fugaz- para esa fulguración de puro dolor que registra la canción. Y la exhibe como escenografía en el primer concierto de su álbum Vulnicura, caracterizado por una iconografía que combina una vulva en el pecho, suturada con hilos color verde fosforescente, leit motiv iconográfico de la emergencia después del sufrimiento, bordada con perlas que simbolizan el amor romántico que se guardan en esa lastimadura en vías de curación.

Preparaba una clase contextual, de esas que se empiezan en medio de la imposibilidad, de temas indecibles que luego se atan a hechos literarios, en este caso, para ganar algo de materia desde donde dar relato a los conceptos. En esa vuelta empieza a coincidir la idea de la literatura oral como lugar de llegada, un desamparo al que arribar después de tanto fervor técnico, después de tanta búsqueda de la imagen vertebral. En mi caso fue “…los cristos del alma…”, verso insoportable que mi madre repetía y repetía, clavada con una tragedia que no pudo superar nunca. Y todos salíamos corriendo a apagar el televisor, desacertando dos o tres veces la tecla, haciendo un ruido de todo roto, cada vez que sonaba un tango, porque era la rampa al desconsuelo de las horas.

Así de oral, me encuentro con el Vallejo de los años 30 porque Agamben lo menciona en un texto que a su vez encuentro preparando una presentación acerca de performances poéticas vinculadas a un texto, a un documento digo entonces, para un congreso. Tengo que leer a Vallejo, el del analfabetismo, así llamaría hoy a su -ismo porque tengo que buscar tantas palabras en el diccionario cuando lo leo… Otra vez, recorro Escalas melografiadas y encuentro su retrato:

Estoy cárdeno. Mientras me peino, al espejo advierto que mis ojeras se han amoratado aún más, y que sobre los angulosos cobres de mi rostro rasurado se ictericia la tez acerbadamente.
Estoy viejo. Me paso la toalla por la frente, y un rayado horizontal en resaltos de menudos pliegues, acentúase en ella, como pauta de una música […].

Ahora mismo decido cortar la cita antes de lo que más duele. Me quedo en la imagen de sí, y digo cuánto se puede ver en una serie que, en principio, habla del color y del relieve de la piel que testimonia.

Algo hay con la música además, pero salgo corriendo a apretar la tecla que me deje en un silencio menos acongojante que escuchar lo que sigue, otra vez.

El congreso está organizado por una gigantesca institución brasileña, y en el simposio soy la única que habla en castellano. Entonces, hablo lento, me tardo, lo que significa cortar mi ponencia una página antes del final porque acordamos ser estrictxs con el tiempo compartido. Por esas cosas del amor al objeto de estudio, unx colega me hace la pregunta perfecta, y me río porque es justo lo que no leí lo que tengo que agregar, que es una disquisición poco fundada entre “lengua madre” y “lengua materna”. Desde mi punto de vista, ambas nociones se explicaban en el ritmo de la lectura, pero sueltas ya no se entienden, y no sé bien qué decir. En todo caso, las dos detienen el relato en lo que no sabremos.

El enredo es todavía mayor, porque uno de los poemas que estudio está escrito y leído en voz alta en cinco lenguas, otro es una traducción del portugués al castellano, narrativo en verso y ensayístico también, y el tercer texto, que no es poema, habla de este último que entrecruza libros de viajes durante un vuelo en el que escribe, en parte, sobre el viaje de la hermana de la autora. Y todo parece consistir en mi lectura felizmente, más cuando leo que Walter Benjamin escribió que toda lengua es incompleta o que Derrida dijo que mejor es la traducción cuanto más firma el traductor el texto, y que su trabajo era básicamente traducir. Y digo, tal vez, ¡siempre traducimos la lengua de la madre!, entonces ni lengua madre, ni lengua materna son las que buscaba. Nanne tiene razón, la lengua de madre es la que nos llama.

Por una cosa o por otra, hay algo con Brasil.

En estos mismos días, le mando un mensaje a María Moreno, y una foto de mis bebés que ya caminan y son muy felices en ese gesto de escaparse. Abren sus bracitos cálidos, se ríen, y todo parece un porvenir perfecto. Y ella me devuelve un mensaje en audio, cosa que no esperaba. Casualmente, le había escrito porque en una entrevista que encontré en la web decía que lee con los oídos y que le interesa cada vez más el testimonio. En la frase anterior utiliza la palabra “perfo”. Lo que apunta, creo, es dónde se puede leer, que es en cualquier lugar: una lectura analfabeta. Todo es poesía menos la poesía, decía Nicanor Parra, y parece una frase para imprimir en una camiseta, cosa que haría, y esto me permite sintetizar muchas ideas que he ido encontrando últimamente, cuando lxs poetas se sienten envejecer y le piden al poema que les dé un descanso de la escritura. En ese tránsito, casualidad o no, hay una vuelta a la conversación, o bien, a la oralidad.

Uno de los textos de los que hablé brevemente en el congreso brasileño, tan lindo simposio realmente, tiene la característica de someter a su autora a exhibir las múltiples operaciones que está llevando adelante: escribir mientras cuenta varias historias en una cantidad de palabras establecidas por minuto. Esta situación es sofocante porque hay un duelo regulado, que se interrumpe y rompe la matemática. Ahora que escribo me doy cuenta de algo importante al respecto, y es que, pasado el tiempo, seguimos muy de cerca la sensación de urgencia de la tarea, la sofisticación y la fragilidad de un plan de escritura que si agobia en la cercanía intelectual del proceso de creación, apunta más a la incomodidad de un cuerpo que responde a una serie de pautas para completar un número que da la ilusión de eficiencia en el uso de un teléfono celular como instrumento de registro. Es un tocar desesperante también.

Me parece divertido pensar en la dificultad del vuelo, porque vi un documental sobre pájaros, y en que la autora se llama Paloma, un nombre que hubiera puesto a uno de mis bebés.

Hay algo con la música… o es cosa mía que en estos días ando más atenta a las palabritas nuevas, y mis bebés que son mamíferos tan auditivos que escuchan los golpes suaves en la puerta, porque mi vecina prevé no alterar una siesta con su visita. También hacen un uso divertido del olfato, porque levantan mi ropa y huelen la piel, y tocan como si midieran la temperatura, con la yema pequeñísima de sus dedos. Leen con la nariz, incluso cuando abren los libritos con que juegan.

Mientras reviso la ponencia para ser publicada, tarea que se me hace muy difícil entre el trabajo en casa y el calor que hace inusualmente en esta época, busco videos de la autora del tercer libro que analizo. Me da pena, mucha pena no haberla conocido porque encuentro una entrevista y me doy cuenta de la dulzura de esa mujer. Ahora mismo siento nostalgia por su ausencia, y me acuerdo de que cuando murió, le dije a una amiga que me alegraba que ella hubiera disfrutado tanto de su amistad. Porque yo la veo como la crítica poeta, en cambio mi amiga la invitaba a su casa a comer algo rico.

Tal vez mi reciente atención a la voz se deba a que escucho a muy poca gente desde que respetamos estrictamente el aislamiento, aunque sí estoy atenta a las publicaciones de conferencias o géneros afines. Y es como darle voz a lxs ausentes, ahora extraño a más gente que antes, solo por no encontrarla para charlar. Seguramente, es ese registro indeleble de que la música hace llorar.

Luciana Irene Sastre enseña Lengua y Literatura en una escuela secundaria, y es docente de Literatura Latinoamericana en la Universidad Nacional de Córdoba.  Co-dirige el proyecto de investigación “Archivos de la modernidad latinoamericana: escrituras contemporáneas de la teoría, la crítica y la literatura” y participa del proyecto investigación y creación artística “Escrituras performáticas: cuerpo y acción efimerodramas” en la misma universidad.  

Lea su Registro como desvío anterior en https://elnieuweaca.com/2020/09/14/el-registro-como-desvio-acerca-de-mis-encuentros-con-manuel-molina/

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