Crónicas schevingeanas

Cuca Esteves

I

Me acabo de dar cuenta que estoy acá.

I think there is a delay.

Creo que hay un desfasaje.

El cuerpo está acá

pero la mente, el espíritu,

todavía no completamente.

VIII

La novia de Kees

lo llama del otro lado de la pared, desde la vereda en Drogersdijk

¡Kees!

Ella está en una de esas sillas eléctricas con ruedas

¡Kees!

¡Kees!

Y Kees le grita desde su jardín, ¡Qué!

Y ella, ¡Voy al supermercado!

¡Ok!

¿Querés algo?

A lo que él, secamente y casi con ira, responde,

¡No!

Siempre tan dulce, Kees.

XI

La tormenta

arrechando contra la ventana un tantito abierta

y la ráfaga que se cuela

baila con la bandera argentina

la que está prendida al MaraRoboDona

y me concentro en ella

por un rato

largo

la fiereza con la que la sacude

el espíritu que le arranca

y que le ofrece

son casi incompatibles

con la inmovilidad de su anfitrión

su landlord

que lo contempla todo

con una imparcialidad

imponente.

XII

Mich dice:

Yo sé lo que quiero:

Quiero saber lo que quiero.

XVIII

Diario de la luz 2/12

7:50

Está oscuro, estoy en la cocina con la luz y la calefacción encendida. Desde aquí veo el tubo de neón violeta en el galponcito del vecino y las luces multicolores con el Santa Claus, su trineo y sus renos, en el brazo de la grúa estacionada a dos cuadras, donde están construyendo el edificio de departamentos con el supermercado en la planta baja en la esquina de Badhuisstraat y Prins Willemstraat. Los renos mueven las patas como corriendo. Las gaviotas chillan.

Si apago la luz de la cocina, la visibilidad es mínima. Está nublado. Oscuro. No hay indicios de amanecer. Pero no es una oscuridad total. Es una oscuridad industrial: rodeada de luces artificiales, la oscuridad total no existe.

Miro hacia el otro lado, la otra ventana, la del frente, también está iluminada pero no por la luz solar, sino más luz artificial, la de la calle.

Amanecer: 8:30

Atardecer: 16:34

Hoy hay 0 horas de sol.

El próximo jueves:

Amanecer: 8:37

Atardecer: 16:31

2 horas de sol.

8:05: Recién ahora se empieza a ver un poco de luz en el cielo. Se distinguen los bordes de las nubes, sus formas gaseosas. Pero no se ve ni un pedazo de cielo azul.

XXVIII

Diario de la luz 14:00

Sentada en el patio a las dos de la tarde, el sol llega de nuevo después de haber desaparecido detrás del edificio del fondo, el que da a la calle Drogersdijk (el edificio que yo digo que habría que bombardear, así tendríamos más sol).

Es así: a la mañana sale por el costado izquierdo del patio, lo llego a ver cuando sube lo suficiente como para sobrepasar a los edificios que están sobre la Keizerstraat. Entra por la ventana de la cocina (que también da al patio) como a las 8:00. Después, a medida que va subiendo, entra también a la pieza donde tengo mis cosas, la otra ventana.

A cierta hora que todavía tengo que localizar y especificar (¿a eso de las diez?) se va detrás de ese famoso edificio que habría que bombardear y no aparece de nuevo sino hasta las 13 ó 13:30 más o menos.

Y ahora se puede estar así sentada en la silla, en el patio, o en el banco que está contra la medianera de la izquierda, la de los vecinos con loro. Ya ahora la esquinita tiene sol mientras el sol sigue subiendo. Se va moviendo hacia el centro. En un rato la ropa colgada de los vecinos de arriba lo va a tapar, al menos para mí, pero a medida que la ropa se mece en la brisa, algo de

sol todavía llegará o me tendré que mudar al banco. Y más tarde, como a las 17:30, se irá definitivamente detrás de nuestro edificio, para volver a aparecer por la ventana del frente como a las 18:30.

El recorrido de la luz.

18:04

Lo que queda de la luz reflejada en la pared blanca del galponcito, en el patio, es una luz tan blanca que lastima los ojos. Las sombras detalladas de la soga de la ropa y de las bolsitas tejidas de hilo vacías, colgadas de las cuerdas, se ven reflejadas como si alguien las hubiera dibujado con plumón y tinta china.

XXXVII

“Ella”, poema de Juan L. Ortiz

Papá me hizo conocer a Juan Ortiz este verano en

Argentina. El tiempo como tesoro, pero no para

acapararlo y tomar provecho de él, si no para disfrutarlo,

para verlo pasar, para sentirlo en acción y alucinarse.

Y yo quiero ser como Ortiz, pero termino siendo todo lo

contrario. Escapando, corriendo, y no disfrutando nada.

Haciendo todo con esfuerzo.

Permitirle que se despliegue.

Darle tiempo al tiempo.

XXXVIII

La playa, con el viento,

la arena seca volando bajo

sobre la arena mojada,

un súper corredor galáctico

una fuerza de la naturaleza;

balanceando mi peso en ella

me suspendo en ángulo agudo contra el viento.

XLVI

Noche

Los sonidos

de un lado, el loro, las gaviotas, la calle, vecinos,

arriba, los pasos pesados del hombre que se está

quedando a cuidar a los perros, parece que camina con

los zapatos de trabajo pesados de acero, los mismos que

usa Marcel

y resuenan como tanques de guerra

va y viene por la casa todo el día

ton ton ton ton ton ton

tan tan tan tan tan ¡pum!

Se cayó algo.

Y otro pájaro, el beep de un teléfono,

gente en la escalera,

el loro, piú piú piú

loc

¡uí!

es muy simpático.

El gato, durmiendo junto al puerta

el blanco con manchas grises y ceño fruncido,

hace un rato tuvo un encuentro con el gato negro

grande, salvaje,

no se pelearon, pero tuvieron un stand-off,

uno de cada lado del patio.

El negro se tomó la leche y se fue.

El blanco ahora se estrecha,

se mete entre las bicicletas.

Se esconde ahí, se pone cómodo.

LIX

Marcel:

The Hobby Man has a new weapon:

the broom.

He calls himself the Lord of the Garden

especially at night.

Soon will go rumors among the caracoles

about a new broom dragon

tossing them away

into the place where they started this morning.

The adventures of the little freaks.

Sometimes they are wanted.

Caracoles are not wanted.

Marcel:

El Hobby Man tiene una nueva arma:

la escoba.

Él se llama a sí mismo el Señor del Jardín

especialmente a la noche.

Pronto correrán rumores entre los caracoles

sobre un nuevo dragón escoba

que los lanza lejos

al lugar donde comenzaron esta mañana.

Las aventuras de los pequeños monstruos.

A veces son deseados.

Los Caracoles no son deseados.

LXIV

The effect of staying in one place.

The change of the seasons,

on how the sun is lower now, coming in between the corners of

the buildings

barely showing through

and how the light of the sun at sunset reflected on the wall of the

building in the back

changes colors

and how the street decorators go through festivities

changing the banners in the Keizerstraat

from the flags in the summer to the witches in Halloween to the

Christmas’s lights to…

And how the cycles end and start, continuously, never stopping

from generation to generation.

El efecto de quedarse en un lugar.

Los cambios de estaciones,

en cómo el sol está más bajo ahora, entrando

entre las esquinas de los edificios

apenas mostrándose

en cómo la luz del sol al atardecer reflejada

en la pared del edificio de atrás

cambia de colores

y en cómo los decoradores pasan a través de

las festividades

cambiando las guirnaldas en la Keizerstraat

desde las banderas en el verano a las brujas

de Halloween a las luces de Navidad…

Y en cómo los ciclos terminan y empiezan,

continuamente, nunca se detienen

de generación en generación.

LXVIII

Cuando tenía ocho años,

me quedé sola en casa jugando con las plantas y el Suni y

los bichos,

una tarde en la que no quise ir a la clase de natación,

y, I swear, yo sé que no me lo van a creer porque a veces

ni yo me lo creo,

pero se los juro,

está grabado en mi memoria,

que las hadas vinieron a jugar conmigo.

Las hadas y los duendes como estas esculturas danzantes,

junto a una planta de hojas como manos con semillas

como perfectas pelotitas

que yo juntaba y ponía en una caja pequeña,

de esas en las que se ponen pastillas de menta,

me hicieron compañía.

Como ahora, aquí, sentada al sol

sola con el Fluff,

Marcel trabajando,

y yo digo,

¿y qué si no querés nada más que esto?

El sol, el banco, el gato, las hadas. En el patio con el gato que maúlla y que pide algo, no sé qué, y los vecinos de al lado hablando por teléfono en holandés.

El Fluffy lo huele y lo explora todo, pero tiene caca en los pelos alrededor de la cola.

En el banco en el patio de cara al sol.

(Y ellos, la familia del libro que estoy leyendo, una familia que empezó siendo una pareja haciendo un viaje en un Model T desde Buenos Aires hasta Alaska, y que ahora son seis y pasaron por los cinco continentes, ellos, después de dieciocho años, se disponen a decirle adiós a la aventura, se van de vuelta a casa.

Y yo digo, ¿cuál es mi casa? ¿Dónde está mi casa? ¿Qué es casa?)

LXXXV

El Fluffy deja que los pájaros se coman su comida.

Él, recostado en el piso como una Maja Desnuda,

les habla desde su rincón,

les dice,

“Vamos muchachos, no me hagan eso, no ven

que después no me van a dar más.

Muchachos, paren…”

Pero las palomas no lo escuchan,

“¿Qué? ¿Qué?” se dicen entre ellas,

y el ekster le discute

con ese sonido entrecortado

“Qué decís vos, callate, si vos no las comés,

las comemos nosotros.”

Y así las terminan.

Es demasiado elevado,

el Fluffy,

demasiado intelectual para ellos.

No lo entienden.

(Pero ya se comió el paté.)

Él vino con los otros, dice Marcel,

se dio cuenta de que esto era el paraíso,

y se empezó a quedar.

Pero no así nomás, pacíficamente, no.

Fue cuando volvimos de Argentina en febrero

que tomó la decisión:

El Rey del Jardín de las Esculturas

soy yo.

Y los echó a todos, los peleó a todos los otros gatos,

y ganó.

Y claro, acá come, juega con el ratón de hilo sisal,

le dan masajes todo el día,

lo miman, lo adoran, le prestan atención…

Pero ¡ah! ¡Ahí está! ¡Lo llaman!

Él también escuchó.

Estaba sentado en su lugar favorito,

bueno, uno de sus lugares favoritos,

en el pasillo mirando hacia la puerta del patio.

Escuchó y paró las orejas,

se movió, empezó a caminar hacia la entrada.

Yo escuchaba que alguien llamaba

pero no entendía qué decía

hasta que escuché,

Kom, kom, wel, kom.

Era Nancy, la mamá de Fluffy,

que se lo llevaba a casa.

Fluffy fue con mamá,

se dejó llevar a casa con Tommy y los demás,

y renunciar a su paraíso

por ahora.

Mama’s boy.

LXXXVIII

La nena nueva de arriba

le tira piedras a la gaviota

que sentada en el techo de nuestro galponcito espera a

que le sirvan.

¡Eh! ¡Meeuw!

Le grita la nena,

y yo pienso

no meeuw

gaviota.

Pero no digo nada.

Escribo.

Cuca Esteves nació María de los Ángeles Esteves el 30 de julio de 1970 en San Martín, provincia de Buenos Aires, Argentina. Es compositora, música, profesora de piano y tanguera como demuestran sus videos, y tiene una maestría en Escritura Creativa de la Universidad de California, Riverside. Después de pasar por París, La Haya (como estudiante de composición del conservatorio) y California, vive ahora en Scheveningen, barrio de La Haya, en los Países Bajos. Más sobre ella, aquí.

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