Ángel Díaz Miranda
Éramos meseros
A Marcos Mercado, sumiller
I.
Justo antes de enterarme de la muerte de Anthony Bourdain
yo estaba en un cuarto de El Vedado leyendo La nasa de Juan Carlos Flores
y otro poema de Ángel Escobar pero de ese no recuerdo el título
ya no
II.
Cuando me enteré de la muerte de Anthony Bourdain
me supe en la sala del apartamento de la segunda planta
de la calle Lenox en Fair Haven. Compartía piso con Paul
un sureño blanco de Virginia y cazador de ciervos
trabajábamos en un restaurante francés “El café de la Liga Unión”:
Éramos meseros
III.
De madrugada, al salir del trabajo, nos íbamos a casa
al 217 de la calle Lenox, fumábamos marihuana, tomábamos cerveza
y leíamos Kitchen confidential, cada cual tenía su propia copia
Nos quejábamos, nos quejábamos, nos quejábamos
(y lo envidiábamos) porque era nuestra idea. Nuestra:
escribir un libro de los vicios y desastres de cocinar y servir
a los comensales de la alta cocina. Ya lo habíamos empezado:
Éramos meseros
IV.
El club de los suicidas es exclusivo y expansivo
como el trazo de la memoria en los cuerpos todavía
convulsos antes de ser degustados
junto a la carroña y los huesos húmeros que ya nadie se va a comer
desperdiciados y dejados a un lado del plato por los señores y señoritos
que nunca tendrán que servirle a nadie ni trabajar de noche ni olvidar:
Ya no
Corona V.
a Jaime Santini (astroliano)
Escucho las alarmas acercarse.
Alguien me encuentra, me atrapa y está riendo.
Trato de escapar, me caigo tosiendo
sangre. Todo me parece alejarse.
Despierto. Es la invisible pesadilla
que me muerde. Toso. Quedo atrapado.
Me quema el cuerpo un fuego solapado:
La fiebre es la fulgurante cuchilla
que me destriza y me confunde
cual bestia de humores y salivazos
con su garra incandescente en festejo
de dolor y olvido. Lloro y me quejo.
Mi cuerpo es la propia tumba que me hunde
y me asegura que será mi ocaso.
Don V. (En el Sur 2)
pero cómo denominar a ese conjunto de trenes /
que practicaban el arte de partir sin distinguirlo
del arte de regresar
Cristián Gómez Olivares
El hermano de mi abuelo
vivió en el Norte
a finales de los 20
era profesor
y nacionalista
Escribió
el primer libro sobre Hostos
de la historia
nunca tuvo hijos
Nunca fue a Chile
lo asesinaron
en un viaje entre Richmond
(una ciudad de mierda en Indiana)
Y Chicago.
Ellos
lo arrojaron del tren
Su viuda halló su cuerpo
vacío de sangre
posado sobre los rieles.
La locomotora
del primer
ferrocarril trasandino
(hoy en ruinas)
lleva su nombre.
El de Hostos.
El de mi tío
lo borraron.
William Carlos y la traición
A Marcelo Pellegrini
Una vez subí una foto
de William Carlos Williams
a las redes sociales.
Escribí en el pie de foto:
“Este es mi abuelo”.
Un poeta chileno
radicado en el norte
(en el norte más frío)
me preguntó si era en serio
si de verdad era mi abuelito
Pensé un rato en abuelo Rafa
en sus manos de floricultor
en los poemas que escribía
en que ya no recuerdo su voz
y le contesté que sí,
que sí era.
Justo en ese momento supe
que la caída
es irrefutable
y no para de llamarme
Ángel Díaz Miranda (Aibonito, 1977) es profesor asociado de la Universidad de Hollins en Virginia y es especialista en literatura mexicana y chilena. Se ganó el 2do lugar del Premio Nacional Guajana de poesía novel en 2014 (Puerto Rico, 2015). Publicará dos libros próximamente: Catálogo de inconsistencias (Instituto de Cultura Puertorriqueña, 2020) y Libreta de la Habana (Arte Poética Press, 2021). Varios de sus poemas fueron publicados en diariodecuba.com recientemente.