Alejandra Szir
Antes me tenía miedo. O me odiaba, no lo sé. Llegó un mediodía un poco gris a la cabaña. Tenía el optimismo inocente que suelen tener muchas mujeres embarazadas, sobre todo los primeros meses. Llevaba con orgullo la panza redondeada mientras inspeccionaba los dos dormitorios y escuchaba las explicaciones que la cuidadora le daba sobre el calefón y el horno eléctrico. La cuidadora no dijo nada del ultrasonidos destinado a espantarme porque este aparato también espanta a los turistas. Implica nuestra existencia, lo que es lógico, porque aquí vivimos y no tenemos adonde ir, por más cabaña que haya, no podemos inventarnos otro lugar que este, el bosque.
Pero primero ella habló por teléfono. Escuchó que tendría que pasar la noche sola. Su madre tenía mucho trabajo y llegaría el sábado. Pensé que le tenía que contar del embarazo para alentarla a venir, pero no lo hizo.
La mujer embarazada se fue al supermercado y volvió con la comida que se preparó. Después de almorzar unos fideos con tuco, miró la carpeta con la información de las cabañas y de la zona. Las cabañas estaban dispersas en el bosque respetando la privacidad de los huéspedes. Cada cabaña contaba con un aparato ultrasonidos ahuyentador de roedores y cucarachas, no dañino para los humanos. Yo no soy un roedor. Ella tampoco. Ahí está, el pelo ahora corto, los ojos ovalados muy marrones, la piel por partes rosada, por partes oscura, el cuerpo no muy ágil, redondeado pero todavía no tan pesado. Prende el aparato y escucha un clic y un zumbido penetrante. No lo soporta. La cuidadora, la que en realidad también construyó las cabañas, o sea que es la dueña, ella y yo sabemos que el aparato es inútil. La mujer se va a caminar y deja el aparato enchufado por las dudas.
El jardinero viene a cortar el césped. Sin darse cuenta destruye una colmena. Las avispas lo pican, murciélagos y ratones se despiertan y yo también. Yo como ratones. En realidad te protejo. Viste ese desastre, esa abundancia. Escuchaste pacientemente al jardinero, quejándose de las picaduras y pensaste «yo voy a dormir aquí, sola, no tan sola, con mi bebé, pero casi sola». No, no tan sola. Estoy yo.
Y vas a prender el aparato para que te cuide de las alimañas, después de limpiar obsesivamente la cocina para que las migas no las atraigan. Pero no podés. Porque el ruido te molesta más a vos que a nosotros.
Hoy no comeré ningún ratón.
En la noche nos acercamos. Te acordás de un veraneo, hace veinte años, en Uruguay, que habíamos formado hogar en el techo de la casita y que las volvíamos locas, a vos y a tu madre, porque hacíamos ruido a la noche y que llovía y ella se parecía un poco a vos ahora aunque no tenía el pelo tan corto y dijo «está bien, nos vamos a un hotel» y sentiste algo violento, en no reconocernos, en pensar que éramos ratas; después supiste que tenemos manos como ustedes. Después saber, después es ahora y aceptás nuestra venida, que es un reencuentro y tu regreso. Yo soy muy antigua, marsupiana y te recibo en mi comunidad del bosque. Y ahora ya no tenés miedo. Yo soy doblemente madre, en el borde del techo y del tiempo. Mi antifaz de ladrona no te engaña porque vos sos el bosque y lo sabés.
El complejo se encuentra a dos kilómetros del pueblo, subiendo la ladera del cerro. Ha sido construido en el bosque, utilizando la madera de los árboles para levantar las cabañas. Cada una de las ocho cabañas dispone de un pequeño jardín en la entrada, parrilla, living comedor con cocina integrada completa, dos dormitorios y cuarto de baño. Mientras desayuna podrá admirar las vistas del valle, la cordillera nevada y los ciervos y aves que suelen poblar el predio. Las cabañas están calefaccionadas y son aptas durante el invierno para los amantes del esquí. En el verano florecen tres especies de orquídeas. Los huéspedes gozarán de la naturaleza, con absoluta tranquilidad y privacidad, como si no tuvieran vecinos, por la forma en que las cabañas están dispuestas.
Alejandra Szir (Buenos Aires) es licenciada en Estudios Neerlandeses y máster en Latinoamericanos (universidad de Leiden). Publicó los poemarios extrañas palabras (1998), Suecia (2016) y Cuaderno (2009), y el ensayo Las fronteras del yo. Entre señoras, prostitutas, indios y gauchos (2017). Hermanatria (2020), con María Ester Alonso Morales, no ha podido ser distribuido aún por las medidas argentinas para prevenir la expansión del coronavirus. “Ni perla ni barro ni plata”, uno de los poemas de este libro, se puede leer en El Nieuwe Acá.