Profecía

Juan Marco Albarracín

 

      El día que comenzó la evacuación, Pascal seguía altamente medicado. Era prioritario asegurarse de que los pacientes más graves dejaran el hospital cuanto antes. Las prioridades cambiaron cuando la previsiones sobre la aceleración del nivel del mar se actualizaron. Varios expertos en crisis intervinieron para determinar cómo valía la pena distribuir los pocos recursos de transporte, alimento y demás que quedaban.

— El paciente Ardozástegui —pronunció con dificultad el hombre— es un caso de psicosis severa con una probabilidad muy baja de normalización. Recomendamos priorizar pacientes con mayor funcionalidad.

— Es curioso, Pascal viene diciendo que el país se va a hundir desde hace dos años…

— No hace falta ser profeta para tener esa intuición.

La enfermera Zonnenveld visitó la habitación de Pascal, este miraba por la ventana el cielo gris mientras escuchaba música clásica desde su vieja computadora.

— Pascal, en unos días se va a quedar solo, nos tenemos que ir. Va a poder salir fuera del hospital y en la cocina hay mucha comida…

— Yo dije hace rato que el país se iba a hundir, por favor déjenme mucho tabaco, quizás me muero de un cáncer fulminante antes de que llegue el agua —y se rió. La enfermera lo miró con lástima.

A las dos horas Pascal gritaba desaforadamente y golpeaba las puertas de la enfermería. Dos enfermeros salieron y lo contuvieron.

— Ustedes me están haciendo una intervención paradojal, yo leí muy bien todos los textos de Palo Alto, saben bien que sé más de psicología que ustedes. ¡Ya está, córtenla con la farsa!

— Pascal, acá no hay ninguna artimaña, el país se está hundiendo.

— Pero ustedes no me pueden decir eso… es el mayor temor que tengo desde que ingresé a este hospital, ¿cómo van a exponer a un paciente a su peor pesadilla?

— Pascal, la realidad nos afecta a todos y existe mas allá de sus delirios. Sí, el país se está hundiendo. Y no, no tiene que ver especialmente con usted. Nadie va a encerrarlo en un cuarto para televisarlo globalmente. Si muere, su muerte no va a redimir a nadie. Esta es la situación, nos tenemos que ir pronto y usted no califica para ser trasladado. No obstante, en cuanto el hospital se desaloje, va a poder salir. Hay millones de personas que están en la misma situación que usted.

— Yo soy un escritor, ¿nadie se preocupa de preservar la cultura?

— Esto no tiene que ver con su trabajo. Usted no tiene el grado de funcionalidad necesario según el protocolo de evacuación de hospitales públicos, que no escribimos nosotros.
  Necesito que me dejen mucho dinero y armas…

— Pascal, el dinero no le va  a servir de nada y armas no tenemos ni siquiera nosotros. Va a tener comida para varios días acá, pero no le recomiendo quedarse.

A las dos de la tarde del día siguiente la sala estaba casi desierta. Pascal caminaba por el corredor y tarareaba.

La enfermera Zonneveld se acercó:

— Señor, le recomiendo que haga su equipaje y se vaya de acá cuanto antes, hay gente que se está aventurando a pie hacia la frontera. En el depósito hay un par de mochilas, tome una.

— Sabés que siempre sentí algo por vos y sé cómo me mirás… Hagamos el amor antes de que te vayas.

— Señor, eso sí está en su cabeza… Que tenga suerte.

A las tres de la tarde la puerta estaba abierta. Pascal tenía en su mochila varias latas de conservas, golosinas, botellas de agua con jugo, ropa, medicación. Estaba armado de cuchillos de cocina sin filo.

Se quedó parado en la puerta, tenía miedo. Tomó unas gotas de tranquilizante.

Respiró profundamente y dio un paso afuera. El cielo estaba gris y caía una llovizna tenue, los jardines del hospital estaban desiertos.

Llegó a la entrada del complejo y se detuvo un momento… No era una ciudad tan ruidosa pero así de tranquila no la había sentido nunca. Siguió caminando por el perímetro exterior del complejo con paso atento y ligero.

Cuando llegó a la esquina escuchó ruidos de motores y gritos de gente, salió corriendo por la calle transversal para perderse entre las calles más pequeñas.

— La puta madre —pensó—, debería haber traído más calzoncillos.

 

Juan Albarracín (1984, Buenos Aires) es compositor y escritor argentino radicado en Flandes. Tanto su música como su prosa están inspiradas en el realismo mágico latinoamericano y buscan la composición de nuevas paradojas desde la perspectiva del exilio cultural.

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