Alejo Steimberg
Vos
¡Sí, a vos te hablo!
¿Es que no te aburrís
de hacer siempre lo mismo?
Venir, sentarte ahí,
hacer como que sí, qué interesante,
qué fantástico che,
cuando todos sabemos
que no te importa nada,
y esperás tu lugar.
Que mientras escuchás
con los ojos en blanco
pensás en cualquier cosa
menos en el acá
de la palabra.
Sí, sí, a vos te hablo,
vos que te preguntás:
“Pero, ¿qué hace este tipo?”,
que decís para vos
“¡Poesía es otra cosa!”,
que ya un poco dudás
de que tenga algo escrito;
vos que ya no sabés
si estoy improvisando,
si me volví loquito,
si hago siempre lo mismo,
si sí, si no, o qué.
Sí, sí, a vos te hablo,
que vas sintiendo que,
al pasar los minutos
es todo más incómodo.
Vos que ya no sabés
si no hubo un problemita
en la programación
en este ciclo,
si saben de verdad
a quien invitan,
si no se equivocaron,
si en serio es que conocen
a la gente que lee.
Y, es que todo es así.
La cuestión esencial
termina estando
en la definición,
porque el inconveniente
siempre son los demás,
y esa es la cosa.
Claro que sin los otros
nos quedamos solitos:
es una boludez,
pero no tanto,
porque en realidad
es la clave de todo:
ese conflicto
entre vos y el no vos,
el solipsismo
o el afuera total.
En ese medio
que es el todo y la nada
andamos patinando
como gallitos ciegos
en el barro.
Ya está, se tranquilizan:
metí comparaciones,
referencias
y todas esas cosas
que todo el mundo espera
en estos casos.
Ahora ya puedo
redondear un poquito
e ir cerrando:
es poesía, al final.
Así de simple
o más bien al revés.
No hay diferencia.
No dejen que les digan lo contrario,
pero si quieren sí.
A fin de cuentas
la cosa se resume a todo o nada
y a todo lo demás.
Es un resumen
tan grande como aquello que compendia,
como decía el cieguito.
Sigan así y no piensen:
es la clave
para la conexión con esa cosa
que algunos llaman “yo”.
Otros le dicen
de maneras distintas.
Qué me importa:
yo sólo soy esclavo de las voces
que me dictan las cosas que repito,
aun sin existir.
Es su talento,
Aguafiestas
Pensar que uno está enfermo.
Ir entonces al médico
para salir cada vez aliviado.
Aunque sea un poquito.
Aunque se dude un tanto del galeno
y se piense en buscar
la enésima opinión.
Temer que uno se muera.
Imaginar el cáncer
que corroe los órganos.
Convencerse de que
esta no la contamos.
Yo no sé lo que es eso,
pero sé otra cosa:
convivir con la angustia,
el secreto terror
de sufrir de un trastorno,
no saberlo
y, lo que es peor aún,
no querer descubrirlo.
Un problema mental
o tal vez neurológico.
Algo de la atención
o del espectro autista.
El espectro, el fantasma:
la presencia ominosa
de algo que está y no está.
¿Viste el monstruo amarillo
de esa serie de moda?
Algo por el estilo.
El tipo que lo sufre
ha vivido treinta años
pensando que está loco
cuando en realidad
el parásito ese
le carcome los sesos,
hambriento como está
del secreto poder
que su víctima alberga.
Como en un Harry Potter
para adultos modernos,
aquel que lee o mira
podrá imaginarse
que se trata de él.
Son esas fantasías,
cuentos compensatorios,
con los que uno imagina
ser príncipe heredero,
un hechicero máximo
o un mutante especial,
ya que eso justifica
años de sufrimiento.
Pero al fin del capítulo
o al cerrar el libro
volvemos a enfrentarnos
con la némesis propia,
esa que no sabemos
si es real o no.
En realidad tememos
que no tenga existencia,
y dejamos entonces
que el tiempo pase, y sólo
queremos concentrarnos
en sea lo que sea
que lo ayude a pasar.
Queremos que nos dejen
engañarnos tranquilos,
sin un Correcaminos
que nos haga advertir
que vamos por el aire
y la ruta acabó.
Yo por lo menos tengo
esta ocasión divina
de disfrazar de arte
este extraño autoanálisis.
Cuando alguien me pregunte
ahí ya podré reírme
confundiendo al escucha:
declarar fe poética
y ausencia de otra fe.
Un poquito de amor
(si no propio, ajeno)
podrá tal vez cubrir
ese agujero.
Podrá o no podrá:
quizás no importe,
¡hay tantas otras cosas
en la vida!
Como decía el ciego
que ni coger logró.
Escribía bien el viejo,
eso sí es innegable.
No es que lo confortara
o lo satisficiera
pero es lo que tenía.
Una forma, tal vez,
que no es peor que otras
de encontrar un sentido
allá donde no hay.
El gato del rabino
(que no, tampoco existe) considera
que los seres humanos
se mueren por morir,
y que en el intervalo
sólo van encontrando
con qué pasar el tiempo.
El gato del rabino, pobrecito,
dejó de ser un gato
cuando aprendió a hablar,
pero tampoco es hombre:
no es más que un gato que habla
y no puede volver
al jardín del edén.
No es budista tampoco:
la tiene complicada.
No mucho más que otros,
sólo que él lo sabe.
De vez en cuando imita
al resto de los gatos
sin dejar de saber
que es un impostor.
En eso es elegante.
Es un pobre consuelo,
pero es uno
que no molesta a nadie:
otro mérito más.
Ser y estar
Soy judío:
tengo padres judíos.
Sin embargo
los padres de mi padre eran judíos
mientras que él lo es de origen,
no es judío como yo, y mi madre
aun siendo judía nunca fue
una madre judía,
diga ella lo que diga. Mi hermano
es de padres judíos (obviamente)
pero, como mi padre (nuestro padre),
él tampoco es judío. Mi mujer
es de madre judía
y es judía. Yo tal vez
no sería hoy judío si no fuera
porque ella es mi mujer.
Hay judíos religiosos
y hay ateos.
Hay judíos israelíes y hay judíos
también en otros lados,
aunque eso
sea duro de aceptar para tarados
(tarados que o son goy o son judíos
y/o también israelíes: pues tarado
puede serlo cualquiera,
venga de donde venga,
sea del color que sea,
o tamaño, o aspecto;
ser tarado es re Benetton,
digamos).
Soy judío
y/o me siento judío:
como no soy rabino
y no soy religioso o funcionario
del Estado israelí,
para mí
viene siendo lo mismo.
Soy judío sin Dios. Soy judío
porque soy lo que soy,
y de ahí vengo. Soy judío
y también otras cosas, que conviven
en el caos completamente humano
que hemos dado en llamar identidad.
Soy judío
porque decido serlo,
porque puedo,
porque lo fui al nacer y he decidido
que iba a seguir siéndolo. Judío:
la identidad es toda imaginaria,
lo cual no implica que no sea real.
La realidad está hecha de objetos,
de palabras, de acciones
de cosas que decimos;
también de lo que vemos
(lo que creemos ver).
La realidad
no es sólo lo que pasa: es también
nuestra interpretación de lo que pasa:
está en gran parte
en el ojo que mira, y no sólo
en aquello que ve. Nosotros somos
lo que creemos ser; no, nada más.
Tampoco nada menos. Es bastante.
Alejo Steimberg (Buenos Aires, 1974). Luego de una licenciatura en Letras en la Universidad de Buenos Aires (Argentina), obtuvo su doctorado en Teoría Literaria por la Universidad de Extremadura (España). Ha sido premiado en distintos concursos literarios y ha publicado en antologías y revistas en papel y en la red en Argentina, Colombia, Bélgica y España. Ha leído en festivales y ciclos de poesía en Buenos Aires, Bélgica y Francia. En 2004 salió su libro p en Ediciones Vox (Bahía Blanca, Argentina) y en 2007 la antología que realizó y tradujo en colaboración con Laura Calabrese: ¿Bélgica? 6 poetas jóvenes de lengua francesa (Vox). Administra el blog El teclado excéntrico, dedicado a la construcción de un mapa de la poesía escrita en español en países de otras lenguas, y el grupo La Internacional de Poesía Expatriada (Facebook). Vive en Bruselas.
👍
Me gustaMe gusta
Maravilloso Alejo!
Me gustaMe gusta