El bosque en una esfera; sobre Atar el viento: luz de manada en la arboleda, de Andrea Farchetto


Por Soledad Galván


Atar el viento: luz de manada en la arboleda de Andrea Farchetto aparece en octubre de 2020, bajo el ala de El Mensú Ediciones. El verde del bosque que se yergue en su tapa (y que pareciera no bastar para acompañar la explosión surrealista de sus poemas) comulga con lo  que meses después acontecerá en Argentina, en relación a la interrupción voluntaria del embarazo y su legalización. Y es interesante detenernos en esa puerta casi premonitoria que se abre: la consigna de los movimientos feministas, aquella que proclama una maternidad deseada como la única posible, en los versos de Farchetto se potencia y se expande de modo rizomático.
En esa hiedra de lenguaje, maternar es hacer manada y ser naturaleza. Contra todas las intemperies de lo silvestre, lo que arrecia y golpea puede ser anudado –nunca domesticado– y en ese conjuro una madre-loba y su manada, aprenden a defenderse, construir refugios, extrañarse, parirse, estar, apalabrarse, decir.
Cada poema es un universo que devela una afectividad que se aprende de las bestias, del bosque, de las flores, de las fuerzas del viento. Otro modo de hacerse comunidad, de estar con otres, siempre hecho de lenguaje:

Vocalicé el dolor y se escuchó mi aullido  
a mí acudieron los integrantes de la manada  
me trajeron palabras para asegurar la supervivencia.    

La Naturaleza –tan castigada en la actualidad por el fuego de los desmontes en nuestro país– es el único territorio posible. El único espacio del que se puede aprender la vida. Ésa es la pequeña proclama de cada poema. Se entra a la lectura de Atar el viento… del mismo modo que nos internaríamos en un bosque: poemas de Mirta Rosenberg y María Belén Aguirre, letras de canciones de Gabo Ferro y Lisandro Aristimuño, entre otros, ensamblan un amixtura de voces que enmarcan (casi como el sonido de unos pájaros) la orfebrería de cada poema. Una vez que nos adentramos en esa foresta, aparece un claro donde la voz poética recoge esas resonancias y las abreva en su manera precisa y sensible para conjurar ese viento y encender una manada. Cada poema es una proclama y una plegaria, y es ahí donde se potencia la delicadeza de esa enunciación: el viento que se logra anudar está ahí, como un mantra o como un grito de guerra. Sylvia Plath comparaba al poema con un pisapapeles de cristal: una esfera de cristal donde hay abetos o un pueblo. Cuando se lo voltea, aparece la nieve y, nada de lo que estaba allí, permanecerá igual. Y así sucede con cada uno de estos poemas de Andrea Farchetto: la maternidad como gesto resignado y sin deseo ni cuerpo es sacudida y volteada. Y la naturaleza como territorio de nuevas subjetividades, da paso a un yo poético que se descarna en la escritura:

Escribir poesía  
es  
mi escena de desnudez.

Soledad Galván (Argentina, 1972) Es profesora de Literatura y trabaja en institutos de formación docente en Bell Ville, Córdoba, donde reside. Coordinó talleres literarios con niños y jóvenes. Actualmente escribe su tesis de maestría, en la que indaga en las escenas de lectura literaria en la formación de profesores. A veces echa a volar algo de lo que escribe. Otras simplemente se refugia en la lectura de lo que escriben otros.
 

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